Por: Alexandra Carvallo Báez
Cuando llega un bebé a nuestras vidas nos enternece ver lo pequeño que es, el poquito espacio que necesita para estar y lo fácil que es tenerlo con nosotros a donde vayamos. Va creciendo el bebé y nos vamos acostumbrando a su crecimiento, de tal forma que lo seguimos viendo pequeño y seguimos considerando fácil acomodarlo con nosotros en donde estemos.
Según la preferencia de cada familia, el bebé a veces tiene habitación propia, o tal vez los primeros meses duerme en la habitación de sus papás, en un colecho, en una cuna, o incluso a veces en la misma cama de papá y mamá. Son distintas las razones por la que los papás deciden en dónde dormirá su bebé: por protección, por estar alertas, por comodidad, por falta de espacio, por creencias, entre otros. Nuevamente, el bebé va creciendo y la familia se va acostumbrando a que el ahora niño siga ocupando el mismo espacio, compartiendo habitación, cama, cajones y demás.
Muchos papás no tienen idea de que restringir el espacio de los niños acaba siendo un obstáculo grande para su crecimiento. Los niños que duermen en la misma cama de sus papás experimentan una privación de la independencia, por lo que son niños dependientes, temerosos, inseguros y con un apego desregulado hacia sus padres. Al mismo tiempo, los padres que duermen con sus hijos van perdiendo privacidad, intimidad de pareja, sacrifican su buen descanso y propician el distanciamiento entre la pareja al volcar toda su atención y comodidad a los niños.
El espacio que damos a los niños también determina el lugar que los hijos ocupan en el esquema familiar. Lo lógico y sano sería que papá y mamá estén en un nivel arriba y los hijos vayan debajo (si lo viéramos como un organigrama). Pero cuando un hijo está fuera de su lugar físicamente, al mismo tiempo se desubica de su lugar jerárquico, por lo que los niños empiezan a experimentar actitudes de dar órdenes, hacer berrinches, querer gobernar a sus mayores, se vuelven desafiantes y poco manejables.
Todo esto es derivado de no contar con un espacio físico donde ellos puedan descansar, jugar, estar solos por momentos, guardar sus juguetes, su ropa, sus zapatos y cualquier cosa que sea de su propiedad.
Si tienes un hijo(a) que aún no cuenta con su espacio considera que, sin querer, le estás faltando al respeto y lo estás privando de un derecho. Puedes ir haciendo la transición poco a poco, hasta lograr que haya encontrado su buen lugar.
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