No es ningún secreto que la pedagogía Montessori es mundialmente reconocida desde hace más de 100 años, y que es la forma de educación más avanzada incluso ahora en el siglo XXI, pero lo que sí resulta un misterio es ¿cómo se logra el verdadero éxito en los niños que estudian bajo este modelo educativo? Es muy fácil y la respuesta está en: el triángulo de sus fundamentos.
Existen tres pilares que sustentan toda la filosofía del método formando un triángulo: el niño, el adulto y el ambiente.
Para Montessori, el niño es el protagonista de la ecuación. Siempre la filosofía marca la famosa frase “sigue al niño”, y es básicamente porque el niño ya lleva dentro de sí todos los recursos que necesita para salir adelante y crecer, aunque por el momento aún no lo sepa. Además, el niño tiene un gran secreto: lleva consigo una “mente absorbente” por medio de la cual incorpora toda clase de aprendizajes, conceptos, relaciones, vínculos, razonamientos, reservas, estímulos y mucho más que, al paso del tiempo, van construyendo pieza por pieza su verdadero ser.
Eso nos lleva al segundo pilar que es el ambiente cuidadosamente preparado. En Montessori no hablamos de salón de clases ni de aulas, sino del “ambiente”. Éste es el lugar físico donde el niño lleva a cabo su trabajo. María Montessori en su gran sabiduría entendía que la educación es un proceso íntimo, que se va construyendo día a día y con toda la delicadeza, pero que muchas personas lo desvirtuaron al pensar que era simplemente poner pupitres, pizarrones y puertas con ventanas y que ahí de manera natural se haría la magia. Nada más equivocado que eso. El lugar donde el niño trabaja es aquel donde está dejando salir toda su energía psíquica, todo su ser, su atención, su concentración, por lo cual debe ser un lugar muy cuidado, ordenado, limpio, con los materiales justos y adecuados, ni más ni menos. El niño con su mente absorbente toma del ambiente absolutamente todo lo que necesita, pero con un grado de sutileza muy especial: la educación del niño se da en su interior, en partes que los profesores no pueden tocar ni pueden manipular, es entonces la importancia del ambiente que es justo a través de él, de los materiales seleccionados y de su cuidadosa preparación, que tocamos internamente al niño y lo acompañamos a crecer.
Y una vez entendiendo lo anterior, nos queda el último, pero no menos importante: el adulto, que es mucho más que un simple facilitador de información; es una guía que acompaña al niño en la exploración de su ser, pero que además es guardián del ambiente para garantizar que siempre será el lugar más adecuado para él. Es entonces que el adulto tiene una gran labor, primero que todo, de auto transformarse a él mismo y evolucionar, para estar preparado para ser el guía y guardián de los niños que vienen a su lado dispuestos a descubrir su potencial.